viernes, 18 de marzo de 2016

Edding 3000

Hay daños que jamás se curan


—Ven conmigo —me dijo—. Tengo un Regalo Especial para ti.

Yo lo seguí; ¿qué niño, después de haber descubierto a Papá Noel en su casa, no le habría seguido? Así que, emocionado, ilusionado y eufórico, agarré su mano, y salimos al exterior. Fuimos a la parte trasera de mi casa, donde un coche verde oscuro esperaba silencioso en la calzada contigua a la acera. Papá Noel me abrió la puerta posterior, me dijo que me echara a un lado, y entró junto a mí. Había un tosco olor a puro. Lo recuerdo perfectamente.

—¿Te has portado bien? —me preguntó. Yo, ingenuo e impaciente por ver el Regalo Especial, le dije que sí, agitando frenéticamente la cabeza y sonriendo—. Muy bien, los niños buenos me gustan —afirmó. Entre la oscuridad del interior del coche podía vislumbrar el brillo en sus ojos y una ligera sonrisa—. Solo ellos se merecen mi Regalo Especial.

—¿Y cuál es? —le pregunté ansioso.

Él me aferró la mano suavemente con la suya enguantada, la acercó a su cuerpo, y la posó sobre una especie de barra dura.

Entonces fue cuando toda mi emoción, entusiasmo y alegría se quebraron. Me asusté, grité, y Papá Noel empezó a hacerme daño en la muñeca.

Aquella noche, ese hombre me dejó dos marcas: una en la muñeca, que desapareció a las dos semanas, y otra de la que jamás me he librado, como si la hubiese grabado en mi cerebro con esos rotuladores permanentes.

Los Edding 3000, sí. Y es que tres mil podrían ser las cosas que rompió en mi cerebro, estoy seguro. Porque han pasado cerca de treinta años desde aquello y, ahora, yo también me dedico a hacer Regalos Especiales a los niños buenos.